martes, 17 de noviembre de 2009

La Lata era "almacén de ramos generales", café-bar-recreo y cancha de bochas

Un boliche de fines del siglo XIX y principios del XX del cual se podría afirmar casi, La Lata cumplió más de 100 años sino hubiera cerrado hace 3 o 4 años; parafraseando un artículo de Periscopio del 2007 (mensuario de la región) para El Catalán, bar de Cno de la Tropas y Belloni, "El Catalán cumplió 108 años", siempre en las mismas manos generacionales; el bisñieto del fundador catalán, Gabriel Genovés, hoy lo sigue regenteando.Lo abrió Peregalli en la punta del tambo de los Codina a fines del XIX y aquí estuvo hasta los años 60 del XX. Fueron sus dueños Izbuijeres en la década de los 20; González y Peirano a partir de los 30 y González hasta el presente.Mudóse después enfrente, por la década de los 60, siendo su local de chapas traído de la exposición industrial con la cual se hizo el Cilindro de Montevideo, en 1966.  De estirpe ibérica-mediterránea, estos boliches suburbanos y semirurales, eran como mercados persas o pulperías del campo, tenían y vendían de todo "como en bazar", a la vez que reunían una variopinta población de personajes aldeanos, barriales y agrarios. Aquí entraba todo el mundo aunque el deber ser de cada uno y sexo limitaba los accesos: el café y bar era para los hombres, el almacén para los mandados de niños y mujeres.Antes de los 30 habían inventado un lugar con reservados para las familias, el recreo, con sus mesas para las comidas y asados del fin de semana y un teatrito, que traía los números musicales. La Lata no lo tenía. Si, su café y recreo competidor, La Isla, vías del tranvía de por medio, en la terminal del Nro. 17. Rivalizaban en servicios y reuniones de amigos. La Lata tenía almacén de cereales y cancha de bochas, La Isla no. La Isla tenía tres casines, La Lata no. Se disputaban también los servicios de taxis "driver" que esperaban en sus puertas el pasaje del tranvía: el portugués Néstor, los Ranitas, Dustuet, Rognone, Saquieres, etc. Constituyeron durante 80 años el centro de Piedras Blancas hasta que la modernidad lo desplazó hacia Gral Flores. Antes de los 30, los chacareros de Canelones y Montevideo paraban aquí, rumbo al mercado; ataban sus caballos y carros al palenque del boliche, se "tomaban una" y se aprovisionaban de los comestibles de almacén. Antes y después de los 40 se reunían aquí los bodegueros, los quinteros y los peones de la ciudad, albañiles y trabajadores del mercado; los guardas y motorman de los tranvías. Se hacían comidas y despedidas de solteros con recetas lugareñas. El boliche rebozaba de gente los Primero de Mayo, los días de elecciones generales, de actos céntricos y los días de fiestas tradicionales. Se jugaba a las bochas, a la taba, legal en días feriados; el "yevelé", seven eleven o 7 y 11 con los dados. Aquí Agustín, ya desde niño, aprendió a driblear los alambrados y ...... las cunetas.  El y Ariel nos han contado sabrosas anécdotas para registrar las cuales no alcanzaría un libro. "Una que me acuerdo" dice Agustín: una vez que Serafín se robó una resta de chorizos del almacén, se los puso dentro de camisa y pantalón pero los chorizos salían debajo del pantalón. El café cerraba puntualmente a la una y abría a las cinco. Parroquiano que se pasaba de la hora era echado sin miramientos. Aquélla vez Ariel, un ex policía al que el dueño gallego le decía "el comisario", llegó una menos cinco. Ordenó le sirvieran 19 copas de caña, las que empinó una por una, antes de la una. Cree él que llegó a su casa derechito por el costado de la calle. Pero los del bar le contaron después que haciendo eses por la calle lo habían acompañado hasta su casa.
Con los años el recreo cambió a solo café y bar. Era conveniente económicamente para el dueño. Las mesas se destinaban para jugar al truco y ya no para las familias o forasteros, que consumían poco y ocupaban las mesas por mucho tiempo. El mostrador y su estaño, en cambio, permitía la charla y un mayor consumo de los parroquianos.
Cuando dos cafés competían es probable que uno fuera colorado y otro blanco. La Lata era un galpón de chapas coloradas, así que todo coincide. Aquéllos cafés tenían su peluquero de hombres. Aquí no competían, colaboraban. Manungo fue el peluquero de los dos cafés. El Figaro en La Isla y después peluquero de La Lata. Generalmente el boliche sacaba su cuadro de fútbol barrial y organizaba el tablado callejero en febrero. El pueblo uruguayo es futbolero en un 90 % dijo un periodista argentino de la Fox Export el día que Uruguay se clasificó para Sudáfrica en esta semana. Y con razón. La Lata lo tubo, un cuadro de mayores, campeón 1961-1962 en la Liga Piedras Blancas, liga que reunía decenas de cuadros amateurs. En los 60 se formó un cuadro de Baby Fútbol, con el mismo nombre hasta el día de hoy. Sus fundadores fueron obreros del Puerto y alguno de ellos posible parroquiano del café-bar: el Bebe Ciriutti, el gallego Amarelle, Alejandro Moraes "el macho", Ruffino y más adelante Calabaza De Poy, director técnico.
Se lamaba La Lata, no por los socialatas, cuya fama la tenían ganada dentro de la izquierda por hablar demasiado; sino por ser un galpón de lata y el material más común con el cual los sectores populares de la Piedras Blancas "antidiluviana" construían sus casas: techos y paredes de maderas forradas de chapas de zinc. CONTINUARA 

1 comentario:

koba dijo...

muy buena la pagina, La Lata todavia existe?: se puede visitar en el dia del patrimonio como El Catalan?